Año dos mil, en aquella
época, la asociación para la que trabajaba se había expandido y tenía numerosos
recursos de intervención social. Desde tiempo libre, pasando por distintos
tipos de empresas de inserción laboral, hasta una tienda de segunda mano, un
Garden y Unidades de Escolarización Externas.
Mi trabajo como
educador, consistía en realizar el seguimiento de los y las jóvenes que
trabajaban en las empresas de inserción, ubicadas en diferentes lugares de la
ciudad. Una de ellas la construcción de un parque urbano. En las visitas
de seguimiento, debía garantizar la implicación de los chicos en las labores
propias del oficio. Entre otras cosas, puntualidad, respeto entre compañeros,
reconocimiento de la jerarquía propia de la actividad, en este caso la
autoridad de los paletas, el correcto uso de las herramientas y materiales de
construcción, y por supuesto el seguimiento de un plan de trabajo individual.
Recién había llegado a
la obra donde trabajaban los chicos, ubicada en Sabadell Centre, muy próxima a
la estación de tren con el mismo nombre. Un grupo de tres peones dirigidos por
dos paletas, eran chicos que habían accedido a seguir un proceso de inserción
laboral que pasaba por asimilar unos hábitos mínimos. Uno de ellos, al que
llamaré “Juanito”, estaba con una condena por agresión y tenía que dormir en la
cárcel de la Trinitat los fines de semana durante unos meses. Juanito era un
chaval de veinte años, con problemas de agresividad a veces extremo. Al
parecer, distorsionaba la realidad. Tenía momentos en los que pensaba que
los demás hablaban mal de él y en consecuencia perdía la compostura y se volvía
agresivo. Le calmaba la presencia de adultos y que le hablaran con serenidad.
Sus compañeros, no eran tan diferentes a él, pero no reaccionaban de manera tan impredecible.
Al hacer el
seguimiento, noté que Juanito estaba algo raro. Pero al hablar con él y
preguntarle sobre sus cosas, tuvimos una conversación sin embargo tranquila. En
el trabajo estaba bien, realizando sus tareas como cada día. En esa visita,
esperaba a un compañero de trabajo que era mi encargado, para hacer balance del
trabajo y de los chicos. Cuando llego mi superior, empezamos a hablar de
trabajo. Mientras hablábamos, uno de los paletas le pidió a Juanito que le
pasara material, creo que era cemento preparado para colocar losas en el suelo.
Pero al intentar abastecer al paleta de material, se le cayó el cemento y eso activó algo en Juanito.
Mientras seguía hablando con
mi compañero, el paleta le decía a Juanito que no se preocupara, que no pasaba
nada, mi compañero y yo estábamos comentábamos cosas de trabajo en ese preciso momento.
En la conversación, nos reímos de una anécdota que nos había pasado
recientemente y no nos percatamos de la magnitud de lo que se estaba gestando.
Juanito, se imaginó que nos estábamos burlando de su accidente, se incorporó de donde estaba, a unos diez metros, cogió un regle de madera de esos que son
de dos metros y que se asemejan a una tranca de puerta antigua y se dirigió
hacia mi con los ojos desorbitados, totalmente descompuesto y levantando el
enorme palo con clara intención de romperme la cabeza gritando “¿os estáis
burlando de mí?”.
En ese momento me pasó
como en las películas, el tiempo se detuvo, no tenía tiempo de reacción. Solo
me quedé quieto mirándole a los ojos sin decir absolutamente nada, dispuesto a
recibir lo que viniera. Mis instintos solo buscaron contacto con sus ojos y me
privaron de cualquier reacción o movimiento. A pocos pasos de mí, Juanito se
detuvo, en completo estado de shock. Mi compañero intervino inmediatamente, le
quitó la tranca y el paleta vino corriendo tras el para detenerlo. Juanito
estaba desecho como un niño, no sabía qué le había ocurrido. Solo decía entre
sollozos, que lo dejáramos tranquilo.
Yo me quedé con la sensación
de haber nacido otra vez. Había visto a la muerte dirigirse hacia mí en los
ojos de Juanito. Mi gran error, fue no prever lo que se estaba gestando y
prevenir aquel suceso, pues podía haber acabado muy mal. Juanito no estaba
bien, lo pude observar cuando hablé con él antes que llegara mi compañero. El
paleta, que ya lo conocía, sabía cómo tratarlo. Antes me había comentado que
Juanito no estaba fino, que algo le pasaba. El otro error que cometí fue no
tener conciencia del entorno en el que estaba. Justo cuando nos reíamos de una
anécdota de compañeros, ocurría el accidente de Juanito. Más sabiendo que este
caso en concreto, tenía tendencias a malinterpretar cosas de su entorno,
generarse paranoias y volverse agresivo. Solo recuerdo que le dije a Juanito cuando
pude hablar que “nunca me reiría de ninguno de vosotros”.
En aquel momento,
debería haber estado más pendiente del estado de ánimo de Juanito, haber
considerado sus antecedentes y en consecuencia haber estado más presente. La
distracción circunstancial me pudo haber costado la vida misma.
Aprendí que debo
considerar la sensibilidad de las personas en estado de vulnerabilidad. Estar
presente en el trabajo física, mental, emocional y espiritualmente me ayuda a
realizar el setenta por ciento de mi trabajo.
Douglas
Varela Rodríguez
Educador
Social
CAYAC,
www.cayac.cat